Las exigencias de este decenio hacen que estemos todo el día sin poder descansar ni por segundo: tengo que ir a trabajar, después ir al banco, al mediodía sesión rápida en el gimnasio y seguir trabajando por la tarde; una vez he terminado tengo que llevar a mi hija al entrenamiento y a mi hijo a clase de guitarra, preparar la cena y comida para el día siguiente, recogerlos a ambos, cenar y, por fin, me puedo acostar. Peor una vez te acuestas, te vienen a la cabeza todo lo que tendrás que hacer para mañana para poder pagar todas las facturas y deudas que tienes pendientes: la hipoteca, las letras del coche, los préstamos personales, sin contar la tensión de contar como avalista del piso de tu hermano.